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Desde que nació mi hija Jess, mi suegra me ha hecho la vida imposible. Cada comentario, cada mirada, cada sugerencia tiene un solo propósito: sembrar la duda. Para ella, Jess no puede ser la hija de su hijo. ¿Y por qué? Porque tiene los ojos verdes, un color que nadie en nuestras familias tiene.
Presión constante y crecientes sospechas
. Al principio, intenté ignorarlo. Pensé que se me pasaría, que mi suegra por fin querría a su nieta. Pero cada día que pasaba, se volvía más insoportable. En cada comida familiar, hacía comentarios sarcásticos. Delante de todos. Siempre con esa sonrisa pícara. Y mi marido guardaba silencio. Me decía que confiaba en mí, que sabía que Jess era su hija. Pero su silencio lo decía todo.