Y cumplió su palabra.
Durante 15 años.
No la culpé. ¿
Cómo podría?
Fue mi culpa.
Cada día de mi vida cargaba con un poco de arrepentimiento y un poco de vergüenza.
Intenté aceptarlo, diciéndome:
«Así tenía que ser. No merezco perdón».
El día que me detuvo el corazón
Estaba sentado solo en la cocina, mirando las pastillas que supuestamente me aliviarían el dolor.
El teléfono empezó a sonar.
No contesté enseguida.
Pero cuando miré la pantalla,
me quedé congelado.
Su nombre.
El de mi hija.
Después de 15 años.
Me temblaban las manos.
Tenía miedo de responder, miedo de oír una ira que no podría soportar.
O tal vez… no quería que mi última imagen en sus ojos fuera la de un traidor.
Pero yo respondí.
Al otro lado, hubo…
silencio.
Unos segundos que parecieron una eternidad.
Y entonces oí su voz.
Temblorosa.
Quebrada.
Una que no había oído desde que era adolescente.
“Este…?”
Una palabra y se me rompió el corazón.
No supe qué decir.
Por un instante, lloramos los dos: ella al otro lado del teléfono, yo en la cocina vacía.
Finalmente susurró:
“Sé sobre tu enfermedad”.
No pregunté: “¿De dónde?”
No importaba.
Dijo que no soportaba la idea
de no volver a verme.
Que quizá no tuviera tiempo de decir lo que
llevaba años guardando en su interior.
Ella dijo que a pesar de todo…
lo extrañaba.
Ese día aprendí
que 15 años de silencio no pueden destruir lo que
el corazón guarda en lo más profundo.
Una versión muy larga, llena de emociones y detalles.
Hoy cumplo más de 60.
El tiempo pasa de otra manera cuando se acerca el final.
Estoy divorciada y tengo dos hijos adultos que una vez fueron mi mundo entero.
Hoy, sin embargo, vivo con la idea de que mi cáncer es terminal .
El médico me dijo sin rodeos:
«Tienes más recuerdos que tiempo».
Esas palabras me han acompañado para siempre.
Pero no fue la enfermedad lo que más me dolió.
La herida más profunda fue el silencio de quince años
entre mi hija y yo.
¿Cómo sucedió esto?
Nunca tuve el coraje de decirlo en voz alta, pero…
fui yo quien arruinó todo.
La traicioné.
Rompí mis votos, a mi familia y el corazón de quienes más me amaban.
Mi hija vio las lágrimas de su madre.
Vio el dolor.
Vio a un hombre adulto, su padre,
actuar como alguien que nunca quiso ser.
Ella salió de casa una noche y sólo dijo una cosa:
“No te quiero más en mi vida”.