El día en que un objeto ordinario se convirtió en algo extraordinario

Dos horas agonizantes después, apareció una mujer llevándolo en brazos.

Me eché a llorar. Ella sonrió con dulzura, me puso una horquilla en la mano y susurró:

“Necesitarás esto algún día”. Lo guardé sin pensar mucho en ello.

Tres semanas después, se me encogió el estómago. Esa misma horquilla seguía en la encimera de la cocina, a pesar de que la había guardado bajo llave en un cajón la noche anterior.

Traté de culpar al estrés o a los fallos de memoria, pero había algo en el pin que parecía… intencional.

Mi hijo entró tarareando una extraña melodía que, según él, le había enseñado la “amable señora”.

Cada vez que lo tarareaba, el alfiler parecía brillar suavemente, captando la luz de una manera misteriosa.

No pude evitar la sensación de que la mujer no solo había rescatado a mi hijo: había dejado atrás algo con un propósito.

Al día siguiente la curiosidad pudo más que yo.

Examiné la horquilla de cerca y encontré delicados símbolos grabados a lo largo de su costado, demasiado elaborados para un objeto tan pequeño.

Un joyero al que consulté frunció el ceño, admitiendo que nunca había visto nada igual. «Es viejo», murmuró, «mucho más viejo de lo que debería ser».

Esa noche, mi hijo despertó aterrorizado de un sueño. Mientras lo sostenía, me puso el broche en la mano y susurró: «Dijo que nos protegerá».

Continúa en la página siguiente:

Leave a Comment