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suponía que el embarazo sería un momento de alegría, de planificación, de elegir un nombre, una manta, las primeras ropitas…
Pero en cambio, entre nosotros reinaba el silencio, la tensión y la desconfianza.
Las crecientes dudas de mi marido
Todo empezó de forma inocente, con comentarios como: «El bebé se ve diferente en la ecografía», «La fecha de parto está un poco desfasada», «Quizás el médico calculó mal».
Luego empezaron las preguntas.
Demasiado específicas.
Demasiado sospechosas.
Hasta que finalmente pronunció una frase que cambió para siempre la forma en que lo miraba:
Quiero hacerme una prueba de ADN. Necesito saber si este bebé es mío.
Sentí como si todo el aire se hubiera evaporado de la habitación.
Como si los cimientos de mi mundo empezaran a resquebrajarse.
No grité, no lloré.
Solo dije:
“Hagámoslo. Si eso te tranquiliza la conciencia.”
Pero por dentro yo estaba muriendo.